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¿Funcionario?

Dada la importancia de la cuestión o reto que aquí planteo, he decidido concederle apartado propio en la web. Es un tema ya caducado por lo que se refiere a mi jubilación como funcionario pero que considero de interés para quien tenga que pasar por esto, uno gracias a Dios, pudo jubilarse antes.

1.- Los hechos

Un entrañable amigo del alma me llamó hace un tiempo para darme el pésame. Me decía que en esos pocos días transcurridos desde la aprobación de la nueva ley del aborto que convierte un delito en derecho  ya habrían sido exterminados unos cuantos seres humanos a los que el mismo estado que me reconoce como ciudadano y que yo mismo conformo, ha privado no solo de su condición de sujeto sino de su misma entidad como seres vivos.

En espera de que se pronuncie el único mecanismo legal que puede impedir que este estado pase a convertirse en estado genocida (a día de hoy el Tribunal Constitucional todavía no ha emitido el dictamen al recurso presentado), he empezado a darle vueltas a las disyuntivas que se me presentan. Como ha ocurrido tantas veces a lo largo de la historia cuando un poder estatal se hace criminal caben dos opciones racionales posibles: irse y combatirlo desde fuera o quedarse y subvertirlo desde dentro. No es una elección sencilla: nunca lo ha sido. La segunda posibilidad me pondría en la cárcel antes que después. Supongo que tras renunciar a mi trabajo como funcionario y a pagar impuestos, bien optaría por dos opciones, ambas subversivas: la vía de combate de Gandhi (que se mostró efectiva contra el imperialismo británico) o el camino de apoyo a la lucha armada contra objetivos materiales. En ambos casos la meta no sería "mejorar" el estado sino sustituirlo y dada mi edad y mi torpeza pienso que no llegaría muy lejos en alcanzar el fin liberador y deseado. Es decir: me encerrarían.

No, no estoy exagerando y pienso que sí es para tanto. Para mí es una cuestión de dignidad. De verdad creo que es mucho más digna una vida en las cárceles del genocida que otra en la salita de invitados de su casa (algunas mentes inocentes y escasas podrían pensar que hablo de Zapatero sin darse cuenta de que lo que el 5J marca es precisamente un cambio de dimensión: hemos pasado de la gubernamental a la estatal y tras ése día este estado es, en esencia, un estado genocida). Entonces, ¿no hay otra opción?

Bueno, está la de irse pero ésta no es tan sencilla como se piensa. De hecho creo que es mucho más difícil que la otra que acabo de apuntar pues no se trata simplemente de irse a otro lugar para vivir en paz sino de marcharse para combatir desde fuera lo que no se puede hacer desde dentro o, al menos, no con tanta efectividad. La cuestión es: ¿hay algún lugar en la tierra desde el que se pueda emprender este combate?

Se trataría de un lugar que contemplase el genocidio del aborto institucionalizado como lo que es, un crimen contra la humanidad, y que persiguiese internacionalmente a sus perpetradores donde quiera que se encuentren. Más o menos como ha hacho Israel con los criminales nazis hasta ahora. Un país que llevase a juicio ante su corte a los torturadores de cualquier lugar que congelan seres humanos a su arbitrio y para su lucro personal. Un país que aunase en torno suyo a otras naciones que no están dispuestas a ser cómplices en el megagenocidio del aborto de estado y frenase este imperialismo sangriento que ha convertido el vientre de la madre en el lugar más peligroso de la tierra.

¿Existe ese país? Sí, ya sé: todavía no. Por eso vuelvo a lo primero: la insumisión y la subversión. Creo que es lo que tenemos más a mano y lo más realista. No me cabe duda de que muchos providas de este desgraciado país están pensando en coordenadas parecidas estos días al tiempo que tantos de nuestros conciudadanos se disponen a tumbarse al sol de las playas henchidas como si aquí no pasase nada.   

¿No te apetecería hablar de esto? ¿Qué vas a hacer?

2.- Acciones

Para plantear de viva voz estos interrogantes convoqué un viernes 11 de Septiembre de aquel año en Julián Romea 23 (CEU, Madrid) a los amigos profesores universitarios que conozco con sensibilidad provida para reflexionar en voz alta acerca del reto que plantea a un funcionario público ejercer su misión con lealtad al estado y a su conciencia en el supuesto de que el Tribunal Constitucional dé el visto bueno a la nueva ley del aborto. Entre los asistentes presentes estaban profesores de las universidades: Complutense, Autónoma de Madrid, San Pablo-CEU, Castilla-La Mancha, Valencia, y del CSIC.

Un servidor, como organizador de la reunión, comenzó recordando que la convocatoria no pretendía ser el inicio de ninguna asociación o plataforma estable (para eso ya hay otros emprendimientos), que la sesión solo pretendía servir de caja de resonancia para que a la vista de las opiniones y posturas ajenas uno pudiese alumbrar su propia decisión personal sobre qué hacer en caso de encontrar incompatibilidad entre su condición de funcionario (que implica acatamiento y respeto de la Constitución y leyes vigentes) y la propia conciencia a la luz de la incorporación del aborto al elenco de derechos que ampara y protege el Estado.

Dos temas o enfoques resumen a mi juicio el contenido de la sesión. Gran parte del tiempo -había varios historiadores presentes- la dedicamos a buscar antecedentes históricos de casos similares. No entramos en el caso de la Alemania Nazi más que de pasada (a un servidor le hubiese gustado profundizar en ello) y sí un poco más en el de la Italia unificada donde la jerarquía de la Iglesia primero desaconsejó y después rectificó sobre la participación activa del ciudadano en las estructuras de agencia de un estado supuestamente ilegítimo. Las varias intervenciones al respecto, si bien hacían pensar y estaban muy bien argumentadas en la línea de justificar la defensa de la colaboración activa y querida con un estado injusto, a mí personalmente no me parecían reflejar el problema que puede presentársenos a nosotros aquí más que tangencialmente. La situación, al menos como yo la veo, no es la elección de colaborar o no con una abstracción (alguien acertadamente apuntó que el estado, todo estado, es una abstracción si bien con consecuencias reales), sino la de hacerte cómplice pasivo con un crimen a ojos propios o a ojos de terceros (dependiendo de la sensibilidad de la propia conciencia respecto de las muertes causadas por ejecución de abortos). No se trata, creo yo, de poner al estado en cuestión sino de salvar al tiempo vidas y conciencia. En esto hubo dos opiniones expresadas: la de quien piensa que el mejor modo de salvar al tiempo vidas y conciencia es la participación como agente de la acción pública estatal, y la de quien piensa (como un servidor) que es al revés puesto que es la acción pública del estado intrínsecamente abortista la que produce las muertes y el reto de conciencia. Por lo que pude intuir de las diferentes intervenciones creo que mi opinión, si bien compartida por alguno, estaba en minoría.

El otro tema que más tiempo consumió fue el argumento de utilidad. Más o menos se enunció así: si tú renuncias a tu condición de funcionario público por razones de conciencia que te impiden representar el mal (el mal no siendo el estado en general sino un estado abortista concreto como el español) pierdes la oportunidad de utilizar la plataforma público-estatal para hacer el bien. Es más, si todo bienpensante hiciese eso (renunciar), el resultado sería mucho peor en sus efectos que no renunciar pues se entregaría el funcionariado al que no tiene conciencia. La cuestión parecía ser, pues, la de primar la conciencia a la utilidad o no. Digo parecía ser porque un servidor piensa que la cuestión que plantea el argumento de utilidad así enunciado no es esa sino otra contraposición: la de la coherencia personal frente a la utilidad colectiva. El argumento de utilidad, cree uno, solo sirve para dirimir la cuestión política que apunta a la salud social (otros llamarían a esto bien común) pero no creo que sirva tanto para la cuestión moral, la rectitud de conciencia. Es un conflicto entre sujetos (personal y colectivo) en distinto plano (política y moral) y en mi puede que torpe entender, si damos prioridad a la política y a lo colectivo (los dos al tiempo como parece defender el argumento) sobre la moral y lo personal en asuntos de conciencia, entre otras cosas corremos el riesgo de cargamos la objeción. Quiero decir que el argumento de utilidad (de índole externa) puede dar resultados positivos a la hora de considerar tácticas o plantearse acciones colectivas pero no me parece (si bien me lo he replanteado no lo acabo de ver) idóneo para dirimir cuestiones (de índole interna) en la conciencia personal.

En fin, hablamos también de otras cosas: de santo Tomás Moro, de la moral de máximos y mínimos, de qué representa hoy ser testigo, etc. La reunión duró dos horas justas y quedamos en ilustrarnos mutuamente con textos y reflexiones que pudiéramos encontrar sobre lo tratado. 

Creo que fueron dos horas bien aprovechadas y muy ilustrativas para todos (al menos para mí lo fue: un lujo escuchar argumentos alternativos ofrecidos con cariño por amigos). Mi idea es convocar otra reunión más adelante cuando se aproxime la fecha del veredicto del constitucional. Mientras tanto seguimos pensando.

Si tienes algún comentario que hacer al respecto, lo agradezco.